domingo, 12 de octubre de 2014

VI ferroviaria. Quién dijo miedo.



Miedo. Miedo a la meteorología, a mojarnos, a caernos, miedo a no sé muy bien qué, pero miedo al fin y al cabo fue lo que caracterizo el comienzo de la VI Salida Ciclista Ferroviaria. Cierto que el día amaneció cubierto y que el pronóstico del tiempo no era nada bueno, pero tampoco lo había sido el día anterior y no había caído ni una gota. Tampoco es menos cierto que en Murcia, llover, llueve poco, por no decir nada a lo largo del año, circunstancia que contribuye a que los ciclistas murcianos sean un poco como los gatos y huyan del agua. Pero nos mojamos y disfrutamos con ello, estrechamos nuestra amistad y al final de la jornada, durante la comida, nos reímos de ese miedo, de ese recelo, de la desconfianza y aprensión que impregnaba la jornada. Juntos nos mojamos y juntos disfrutamos, que al fin y al cabo era de lo que se trataba.



La etapa.

Poco después de las ocho ya estaban aquí los ferroviarios alicantinos, circunstancia que aprovechamos, ya que la salida no sería hasta las nueve, para tomarnos juntos unas tostadas y café rico, rico. Poco a poco se fueron concentrando en el aparcamiento de la estación del Carmen el resto de ferroviarios y ciclistas que nos acompañarían en la salida. A las nueve en punto, con un cielo amenazante, dimos el pistoletazo de salida.



Durante el trayecto se nos unió el club Ciclista Moto 5, que nos acompañaría hasta Casas Nuevas. En la cuesta del Cañarico se produjeron los primeros cortes que no llegaron a más al reagrupamos antes de llegar a Casas Nuevas donde giramos hacia Librilla y la Cola del Caballo. Aquí comenzaron a marcarse las diferencias, salen a relucir las carencias de algunos de nosotros, mientras que por delante se desatan las hostilidades por coronar primero, creo que fue algún alicantino, pero hay diferentes versiones y no lo he podido confirmar.



Acudimos al furgón para hidratarnos, nuestros amigos de Cocacola y Estrella de Levante habían hecho un verdadero esfuerzo para que no pasáramos sed, aunque el tiempo, sin ser frío, no invitaba a ello. Polémica sobre si hacer la ruta completa, acortarla o irnos directamente a Murcia. Se decidió que la completaríamos a pesar de todo y si llovía nos atendríamos a las consecuencias. Algunos no estuvieron de acuerdo y regresaron a Murcia. Y así fue como solo nos quedamoslos que nos teníamos que quedar, los que pusieron lo que había que poner.



Llegando a los Calderones comienza una tenue llovizna, más típica del norte de España que de la Región de Murcia, llovizna que nos va empapando poco a poco. Comienzan las cuestas de Pliego, el agua cae del casco en rápidas gotas, de manera constante. Las gafas, que ya estaban inservibles por las gotas acumuladas, se empañan y apenas dejan ver la carretera. La rueda delantera vierte sin miramientos chorritos de agua sobre nuestros pies; primero al uno y luego el otro según nos balanceamos con el pedaleo. Nos ponemos de pie para superar los últimos repechos y al sentarnos sentimos el "chofsss" de la badana empapada. Descendemos con cuidado bajo la lluvia hasta llegar a Pliego y al avituallamiento. Bajo la pertinaz llovizna tomamos algo, riéndonos al contemplarnos los unos a los otros. Empapados y orgullosos continuamos hacia nuestro próximo reto, Puerto Espuña.



Cada uno subió como pudo, pero nos reagrupamos en el cruce de Fuente Librilla. Ya no llueve y parece que hasta despeja un poco, el personal se anima e imprime un buen ritmo hasta alcanzar la población. Fuera ya chubasqueros para tomar el camino hacia Barqueros. Escaramuzas en la subida, descenso vertiginoso, algunos se descuelgan, en los siguientes repechos se agudiza la distancia y los cortes, se forman grupos, el último repecho se atraganta. Descendemos a tumba abierta hacia Alcantarilla a pesar de la humedad de la carretera. Reagrupamiento en la rotonda de Mercadona, ¿quién falta?, esperamos. Ya todos juntos continuamos hacia Murcia.



El cielo se oscurece de nuevo, negras nubes cubren la capital, nos tememos lo peor y antes de Nonduermas se confirman nuestros pesares. Llueve, y lo hace con ganas, para rematar la faena, cuando solo nos quedan unos pocos kilómetros, no queda más remedio que aceptarlo con resignación. Otra vez empapados, la mayoría ha traído ropa para cambiarse, pero no calcetines, y algunas zapatillas estén chorreando. Rápido al bazar chino, llegan pantuflas y calcetines, nos reímos confortados, todos a la mesa. 



Comenzamos con unos platos de ensalada de perdices y tomate con boquerones, riquísimas patatas chips con aceitunas. No podían faltar unos platos de jamón y queso con frutos secos. Los calamares a la plancha estaban fabulosos y sabrosísimo el queso de cabra con cebolla caramelizada. Exóticas las delicias de col rellenas de carne con una salsa para chuparse los dedos. Y qué decir del rollito de ternera, hay que probarlo. El postre; deliciosa esa tarta de la abuela con chocolate fundido...




Incidencias:

Mencionar que Pepe Ramos, Ángel Nicolás y otro amigo, un alicantino y dos murcianos, de forma inexplicable, se pierden. Rodeo de más de veinte kilómetros por Mula para retomar la rutaen Pliego que tampoco completan, al regresar por el recorrido de ida y volver a perderse. Vieron un cartel que ponía Alcantarilla y, ciegos, tomaron por él. Albudeite, Campos del río, Alguazas ¡y eso que les dimos un rotómetro! Algún día nos explicarán como paso, mientras tanto las cábalas y apuestas en el grupo están al rojo vivo.

A Juan Bautista su precioso sillín blanco se le tiño de rosa. Son las equipaciones que nos confeccionó Protegebike para el Camino de la Vera Cruz. ¡Destiñen! Los primeros problemas los tuvimos en junio durante el viaje cuando al lavar la ropa, camisetas interiores y calcetines, tomaron un color que en la huerta de Murcia nominamos "panza burra", que es un indefinido color grisáceo que en este caso incorpora toques de marrón y algo de rosa. Tampoco el corte se adapta al cuerpo, forma unas arrugas inexplicables en el culote, que provocan que se suba la pernera hasta dejar medio muslo al descubierto, lo que obliga a bajarlo constantemente. 

miércoles, 8 de octubre de 2014

Calar Alto, Sierra de los Filabres





De Bacares; a pesar de encontrarse a mil doscientos trece metros, se sale subiendo. Da lo mismo para un lado que para otro, pero siempre en subida. La ruta la habíamos planteado para subir al Calar Alto por la Tética y el Alto de Velefique bajando por Las Menas, o quizás al revés, escogiendo este último.
Recorrido en un principio reconocible puesto que lo pedaleamos hace un par de años cuando hicimos la travesía entre Sorbas y Caravaca de la Cruz, pero no por ello menos indigesto; salir con el desayuno a medio asimilar, en frío y con porcentajes de escalofrío, no tiene que ser sano, ha de sentar mal a la fuerza, noto las tostadas flotando, a punto de naufragar, en las procelosas olas del café. Viene en mi auxilio la pista que nos lleva a la fuente del Layón, lo que permite a mi estomago afianzarse y cumplir su cometido con entereza. Comienza aquí la parte más divertida de nuestro recorrido; primero por lo desdibujado del trazado, apenas insinuado entre la maleza, a pesar de que el gps se empeña en señalar que ese es el lugar del camino. Después, porque en algunos puntos era casi impracticable. Y vaya que si lo era, una senda comprometida por su estrechura y la verticalidad de la ladera, mezclada con algunos pinos insidiosos que dificultaban el avance.



Llegamos así a una fuente y abrevadero, creo que en el barranco del Layón, junto al abandonado cortijo de Las Cabañicas; lugar idílico por su umbría y aislamiento, incluso su abandono le da un aire placentero. Recuperamos un camino más amplio que rodea, por el norte, el Pozo de la Nieve en dirección a Las Menas; abandonándolo por otra senda que se dirige a cruzar el Barranco de la Cañada del Ramal. Senda con vocación de montaña rusa, pedregosa y estrecha, con el vértigo siempre presente por la empinada ladera.  



Al otro lado del barranco; la desolación. Ruinas, ilusiones rotas, esfuerzo, sudor, representan los restos de las minas abandonadas, con sus costillares blancos que semejan esqueletos de animales prehistóricos. Se suman la mala planificación; al no construir tres kilómetros de túnel para travesar la Sierra de los Filabres y llevar el mineral al puerto de Almería, se opto por un tendido de cables aéreos que llevaban el mineral hasta Serón y de allí, por ferrocarril, hasta el embarcadero del Hornillo en Águilas, sistema más lento y costoso, que junto al costo más bajo del material extraído en excavaciones a cielo abierto, llevo a su cierre en 1968. Hoy se intentan recuperar algunas de las edificaciones para su transformación en un centro de ocio, hotel y camping.  



Ahora la pista es ancha y de perfecto firme, pero también monótona y aburrida, barrida por el vendaval que levanta turbonadas de arena con escozor los ojos y rechinar los dientes. A veces, cuando subo por una de estas pistas, anchas y bien niveladas, con fuertes rampas, tengo la sensación de ser un rudimentario y lento artilugio mecánico al que esta apunto de acabársele la cuerda. La fuerza ejercida; ora sobre un pedal, ora sobre el otro, proporciona una renqueante oscilación a un lado y al otro, de tal manera que consigue recargar el movimiento. Se diría que en ese balanceo, en ese lento tambalearse a uno y otro lado está la esencia del movimiento, del avance, proporcionando un nuevo impulso cuando parece que esta apunto de detenerse.



Las blancas cúpulas del sofisticado observatorio hispano-alemán, se ven desde hace tiempo lejanas e ingrávidas. Densas nubes comienzan a cubrir el firmamento, cada vez más negras, cada vez más bajas, hasta posarse sobre la tierra. Las bóvedas albas de los telescopios juegan al escondite, unas veces ausentes, otras lejanas. Pasado el collado del Conde el camino está roto, se vuelve áspero y pino, de respiración jadeante, avanza en línea recta hacia las desvanecidas cúpulas. Llueve, hace frío, el viento aúlla sobre las peñas y zarandea los pinos, aparece de nuevo el observatorio desdibujado por la niebla, cerca, casi al alcance de la mano. Hemos llegado, estamos a 2.168 metros. 



Mariano Vicente, Calar Alto 16 de septiembre de 2014.

lunes, 6 de octubre de 2014

Santuario del Saliente





Mi amigo Matías es albojense, del valle del "Surbo"; claro que dicho así, suena poco. Pero es un vocablo que deriva de las palabras latinas "flumen superbum", que viene a ser algo así como "río soberbio" por sus temibles crecidas. Nos lleva a que conozcamos su pueblo, subir al Santuario de La Pequeñica y a comer unas migas; lo mismo me da que sean de harina de trigo o de maíz, pero que lleven abundantes "tajás" -pequeños trozos fritos de costilla, magra y "saúra"- y al ser posible ajos tiernos; tambien fritos y algún rábano para acompañar tampoco estaría mal.





En el valle del Almanzora que conforman la Sierra de los Filabres y las Estancias se encuentra Albox, que en árabe significa "bosque". El Adelantado Mayor de Murcia se la arrebata al reino nazarí en el siglo XV y queda incorporada posteriormente al Marquesado de los Vélez. Tierra de contrastes, de ramblas que arañan tierras magras, de vegas que logran el milagro de hacer fértil el desierto, de altivas sierras que superan los dos mil metros. Este será nuestro punto de salida para visitar el Santuario del Saliente.




Domina la cima del Monte Roel en la Sierra de las Estancias, punto de paso entre el Valle del Almanzora y la comarca de los Vélez, construido en el siglo XVIII, alberga entre sus gruesos muros a la Patrona; La Pequeñica, imagen de gran devoción mariana en toda la zona del Almanzora e importante centro de peregrinación cada ocho de septiembre, día de la Natividad de la Virgen. El nombre completo es el de Nuestra Señora del Buen Retiro de los Desamparados del Saliente, y es una talla de pequeño tamaño, entre la base de la corona y la peana no llega a los sesenta centímetros. Es una talla del siglo XVIII, en madera de sabina y ricamente policromada. Entre sus muros conviven, la ermita, el palacio episcopal y un seminario hoy transformado en hospedería. Me cuenta Matías que era costumbre alquilar algunas de las habitaciones del santuario por las familias de Albox y comarca para pasar el verano y que la tradición popular atribuye tantas puertas y ventanas como días tiene el año.




Nosotros utilizaremos para subir la carretera, bajar lo haremos por la rambla del Saliente. Subida sin dificultad, con una carretera en buen estado, y porcentajes no demasiado acusados creo que no llegan a superar el siete por ciento, con una media inferior al cuatro- y un día sin excesivo calor. Salimos de Albox en dirección al Llano de los Olleres (donde se unen la rambla del Saliente y la de Oria) por un camino asfaltado, bordeando la rambla por su margen derecha. Ya en el caserío tomamos la carretera que bordea la rambla del Saliente  por la ermita del Carmen y Las Pocicas nos lleva al Lugarico y Santa Bárbara, en la diputación del Saliente Bajo. Seguimos la carretera pasando por una serie de cortijadas hasta que cruza la rambla para continuar por su margen izquierdo. 




Almendros, paleras y algún olivo se reparten el cauce. Mientras, la carretera se pega al terreno siguiendo las sinuosidades de la rambla. Los montes, roturados de manera inverosímil hasta la propia cima, han sido plantados de jóvenes almendros. Da miedo pensar que puede pasar si cae una fuerte tormenta. Más cortijadas; del Granero, de los Aceiteros, de los Mateos, se suceden. Al otro lado de la rambla destaca el Peñón de la Chaparra y parece distinguirse un camino que por el collado que la separa de la Piedra del Mediodía trata de subir arriba. Parece de nueva construcción y quizás no sea un camino, pero merecerá la pena investigarlo.




Se ciñe la carretera a la rambla de Los Torteros, tributaria de la del Saliente, comenzando la parte más dura de la subida, unos cuatro kilómetros en que la pendiente en algún punto alcanza el siete por ciento. Nos desviamos en el collado del Saliente hacia el santuario por nuestra derecha bajo el cerro de la Ermita. Visitamos el Santuario y Matías revive sus años infantiles cuando subía con toda la chiquillería del pueblo en romería, o sus vivencias de los veranos pasados con sus padres en el santuario para aliviar las canículas estivales. 




Nos dejamos caer por un camino que alcanza porcentajes que superan el veintiuno por ciento hasta el propio lecho arenoso de la rambla del Saliente, que ya no dejaremos hasta el lugar escogido para comer, el restaurante María del Saliente (Saliente Alto), en la cortijada del Alquiler, en las Tenadas Bajas.
Matías dice que no sabemos comer migas, que el sábado anterior pidió la misma cantidad para tres y no sobro nada, y hoy que somos cuatro y sobra la mitad. Y tiene razón, me llenan demasiado, me harto en seguida. Nos pusieron una buena sartén de migas, en su punto perfecto de hechura y color, acompañadas por unos pimientos secos y fritos que no había probado nunca, la cocinera nos dijo que primero se asaban en el horno y después de quitarles la piel se ponían a secar. Aunque Matías insiste en que son secos y se fríen para servir, sin pasar por el horno. Se completaba el aliño con unos rojos tomates de pera, boquerones, morcilla, tocino y pimientos fritos, estos últimos verdes y sin secar. Cerveza para comenzar y vino para el final, junto a unos sabrosos higos de postre.




Entonados, recuperamos el lecho de este río seco que es la rambla del Saliente, pedaleamos rápido, solo limitados por nuestras fuerzas y la inestabilidad que proporcionaba lo arenoso del piso. Pronto divisamos nuestro destino, el jardín situado en el margen izquierdo de la rambla frente al pueblo de Albox. Solo resta recoger y dirigirnos a Bacares a pernoctar, mañana nos espera el Calar Alto. 



    
Mariano Vicente, septiembre 2014