sábado, 19 de noviembre de 2011

Alto Ebro noviembre 2011



La palabra Ebro; deriva del antiguo topónimo Iber, que da también nombre a los pueblos íberos y por asociación a la península Ibérica. "Ibar" en lengua vasca significa ribera o margen del río.

El corredor del Ebro ha sido utilizado desde tiempos inmemoriales como paso obligado entre la meseta y el levante de la península con las tierras cantábricas.

Cántabros y autrigones; ejércitos romanos, árabes, napoleónicos y carlistas; peregrinos, mercaderes, viajeros románticos y turistas se han visto obligados a utilizar estos valles como estratégico paso en su discurrir hacia el cantábrico o en su desplazamiento hacia la meseta o las tierras riojanas.

El viajero también lo hará. Recorrerá estos utilizados valles, por gusto, porque le apetece. Utilizará como casi siempre la bicicleta, inseparable compañera de aventuras, que durante cuatro días le permitirá recorrer las tierras del Alto Ebro. Valles horadados por el río, que recorrerá despacio, sin prisas. Cuando tenga hambre comerá; cuando el lugar lo merezca, se detendrá. Programara las pernoctaciones según los establecimientos disponibles –ya no tiene edad el viajero para pasar la noche a la intemperie como hico en otras ocasiones-. Sí puede hará una crónica, del lector espera su benevolencia y él promete escribirla con la mejor voluntad y empeño.

El Ebro nace a los pies del Pico Tres Mares. Recién nacido se abre paso impetuoso entre los amplios prados de Campoo de Suso, donde pasta la Tudanca. Reinosa lo hará urbano, para escapar de nuevo, entre prados hasta remansarse en el pantano. Lucha con enormes farallones calizos entre los que se va abriendo paso, formando valles y desfiladeros que se suceden sin solución de continuidad hasta llegar a la Rioja.

Este será nuestro escenario en los próximos días. Recorreremos los valles de Valderredible, en Cantabria; Los de Manzanedo, Valdivieso y Tobalina en Burgos. Veremos tierras de Palencia y Álava y acabaremos en la población de Miranda –a las puertas de la Rioja-, que lleva de apellido, como no podía ser de otra manera, del Ebro.



Día primero, de cómo va de Reinosa a Polientes.

Escarchea la mañana y el incipiente sol arranca destellos a la nieve de los altos de Campoo. El viajero siente entumecidas las orejas y decide cambiar el pañuelo que le cubre la cabeza bajo el casco, por un gorro que le cubra las ternillas. 

El Ebro, que aflora abundante tras las últimas lluvias, corre juguetón entre los prados seguido una serpenteante hilera de chopos. Con caminar poderoso recorrerá más de 900 kilómetros hasta rendir sus aguas en el Mediterráneo, al otro lado de la Península. 

El viajero desciende hacia Reinosa atravesando Campoo de Suso y se detiene en Villacantid; quiere visitar el centro de interpretación del románico alojado en la iglesia de Santa María la Mayor. Por desgracia desde primeros de mes solo abre, sábados, domingos y festivos. Lo tendrá que dejar para otra ocasión.

Ya en Reinosa desayuna donde Vejo, quesada y pantortilla –es una especialidad repostera propia de Reinosa; de forma plana y elíptica, hecha de hojaldre con una capa de azúcar caramelizada en su parte superior. Dicen los maledicentes, que las de Vejo son las mejores-. Llena el bidón en la entrañable fuente de la Aurora, al igual que hicieron miles de reinosanos antes que él. 



Comienza su pedaleo buscando la margen izquierda del Ebro; pocos metros después, se encuentra una cancela en uve que le obliga a coger la bicicleta en alto, y pasa como puede, él y la bicicleta. En Bolmir se entretiene en hacer unas fotos de la hermosa iglesia románica de San Cipriano. La carretera sube culebreando entre verdes parados hasta Retortillo y el viajero la sigue para encontrarse, casi sin darse cuenta, a los pies de Juliobriga. 

Entra en La Domus y recorre; atrium, culina, triclinium, cubiculum, y tabernae, logradas escenografías de los modos de vida de los patricios romanos. También visita el museo donde se exhiben los objetos más representativos aparecidos en las excavaciones arqueológicas. Lo que más le ha gustado ha sido un pequeño pendiente de oro, con un aspecto de lo más moderno. Por ver; ve hasta el video y, cuando sale de allí, es medio día y apenas ha recorrido unos pocos kilómetros.

Entre unas cosas y otras y, alguna sorpresa, llega el viajero a Arroyo. Visita el pantano y junto a la presa hace el solemne juramento de matar a su mecánico. Se explica:
Bajando de Retortillo el freno delantero comienza maullar como un gato en celo, casi no frena, y el viajero se las ve y se las desea para detener la bicicleta sin tener un percance. Observa con estupor el motivo: las pastillas de freno no tienen ferodo. Y no lo entiende. Antes del viaje llevó a revisar la bicicleta, cambió cadena y cables de cambio, mandó revisar las pastillas y cambiarlas si era necesario. Al recoger la bicicleta consulta lo realizado y pregunta por las pastillas. Perfectas –responde el mecánico-. 

No será homicidio, será asesinato.



Desconoce el viajero como estará el camino entre Arroyo y Bustasur y decide bajar por la carreta que sigue el cauce del río. Desde esta última población usa una bonita pista que le lleva a Aldea de Ebro. Fotografía la iglesia del siglo XIII y hasta sube a la espadaña, junto a la campana. Ya junto al pilón, sopesa si tomar el GR o la variante, cuando le saluda un paisano:

-Buenas, ¿qué por el GR?
-Buenas, pues sí. Aquí estoy que no sé por cual decidirme.
-Yo de ti, iría por la carretera, por el GR y por la variante hay tramos muy malos para la bicicleta.
-Bueno, -el viajero trata de saber los conocimientos ciclistas de su interlocutor- estas bicis están preparadas para pasar casi por cualquier sitio.
-No; si yo tengo una y he hecho este tramo del camino, pero ya te digo que está muy mal, y menos con las alforjas. Mejor vete por la carretera. Ahora tienes un poco de subida, pero lo demás es todo bajada hasta Polientes. –Responde el paisano-

El viajero más tranquilo y confiado, reanuda su camino por la carretera. Reacio a este tipo de de consejos, suele guiarse por sus propios criterios, esta será de las pocas veces que hará caso a las sugerencias de los vecinos, normalmente bien intencionados, pero que la mayoría de las veces no se ajustan a las necesidades y peajes a las que obliga un viaje en bicicleta.

La carretera serpentea entre robles en su subida al páramo; para bajar, monótona, hasta enlazar con la que viene del puerto del Pozazal. Hasta Barcena de Ebro, no volverá a reencontrarse con el río.
El sol se deja ver entre las ralas nubes, pero no calienta. La mañana ha sido soleada pero fría, a medio día el sol se ha tornado opaco, con una luz gris y triste que incitaba a la melancolía. Ha vuelto a mejorar al final de la tarde con una luz más natural y cálida.



El viajero; nostálgico, al llegar a Campo de Ebro decide desviarse hasta Rebollar, pueblo de nacimiento de su fallecido suegro y que queda a tiro de piedra. Lo visita y sigue por el GR, que se aleja del río, entre arenas y pinos, para reencontrarse con él cerca de Polientes. El puente que da acceso a la población, se encuentra un kilómetro aguas abajo del pueblo.

El camino:

Desde Fontibre a Reinosa, se sigue la carretera que atraviesa Campoo de Suso. Hay un paseo peatonal, adyacente a la carretera, que podemos utilizar sí está libre de peatones.

Desde Reinosa se sigue la margen izquierda por el GR. En Bolmir el GR sube al altozano entre cancelas. Se puede continuar por la carretera y unos cientos de metros después, por un cruce, nos sube a Juliobriga y Retortillo. Desde aquí, el viajero, continúa junto a la iglesia buscando la carretera de Arroyo. El GR, que busca lo mismo, va más al sur.

En Arroyo, el GR cruza la presa y se va a buscar Bustasur por la margen izquierda. El viajero, desde Arroyo, continúa por la carreta de la margen derecha que sigue el cauce del río hasta Bustasur. Desde aquí, tanto el viajero como el GR, utilizan una agradable pista por la margen derecha hasta Aldea de Ebro.
El GR sigue por la margen izquierda y parece que presenta algunas dificultades. El viajero sigue la carreta de la margen derecha –más larga y sosa, y que se aparta bastante del río- hasta Barcena de Ebro. Desde aquí, el GR coincide en parte con la carretera y cuando no, utiliza caminos de la margen del río. Desde Rebollar, el viajero sigue el GR por la margen derecha hasta Polientes. La Carretera, desde Barcena, es de poco tráfico, aunque alguno tiene. Sigue un trazado paralelo al río, más corto y cómodo que el GR, este, se adapta más al terreno y tiene un firme más incomodo. El paisaje es el mismo para los dos.


Día segundo, en el que llega a Pesquera de Ebro.

El día ha amanecido nuboso y solo deja penetrar una tímida luz por la ventana. El viajero remolonea entre las sabanas, siente pereza y le cuesta levantarse. Recoge, desayuna y se echa a la carretera. Son más de las diez, menos mal que hoy tiene previstos hacer pocos kilómetros. Retoma el GR donde lo dejo la tarde anterior, en el puente de la carretera que sube a Rocamundo. Pedalea junto al río por un camino alfombrado con las hojas multicolores de los rebollos. El camino es solitario y apartado; umbrío, casi tenebroso. Reina el silencio, lugar adecuado para trentis y tentirujos de orejas puntiagudas y boina ladeada.

Más tarde ya no se trata de seres fantásticos sino de la cruda realidad. Algo acecha el paso del viajero, luego le sigue oculto entre la maleza. Un estremecimiento le recorre la espina dorsal, desde la rabadilla al cogote, la piel erizada como de gallina y sus cabellos como escarpias, pugnaban por el elevar el casco sobre su cabeza. Sin dejar de pedalear, se vuelve una y otra vez, hasta ver una sombra oscura que le contempla con ojos maliciosos. La fortuna viene en su ayuda, el bosque se abre y un gran claro da paso a un pueblo. El viajero mira atrás y no ve nada, suspira aliviado.

Pedalea nuestro ciclista meditabundo cuando llega hasta San Martín de Elines. La contemplación de la colegiata lo relaja, aunque solo puede verla por fuera. Se conforma, no tiene otro remedio. 

Prosigue su andar por un camino que pronto se transforma en senda, en algunos tramos comprometida al volar sobre el río. Baja unas escaleras y cuando va a vadear un arroyuelo, descubre un pequeño puente para cruzarlo.

El viajero, melancólico, recuerda con nostalgia los recorridos, que hace años, hizo a pie por la zona, acompañando a su suegro, que de joven vivió en las proximidades. Fausto, que así se llamaba, le contaba a la luz de la hoguera, que de mozo atravesaban él y sus amigos de unos valles a otros para acudir a las romerías, más que por devoción, para poder echar un baile con las mozas de los pueblos aledaños.

Orbaneja, a la que llaman del castillo, pero no tiene. Mejor podría llamarse de la cascada, que si tiene y es preciosa. Continúa el viajero hasta Escalada por carretera, más que nada para descansar la cabeza por un rato de la sensación oclusiva del sendero. 


Retoma aquí, el GR que lo lleva hasta la central eléctrica del Porvenir. El GR se dirige a Valdelateja cruzando el Ebro, pero nosotros tomaremos un sendero del valle de Sedano (PR.C.BU-1), que rodeando la central eléctrica por la izquierda, se dirige por este margen hacia Pesquera. El sendero es estrecho y entretenido, en algunos tramos pasa tan cerca del río, que solo lo sujetan las raíces de los arboles que crecen, justo, entre él y el cauce.

Aparece Pesquera casi sin quererlo, sin hacer ruido, ensimismada en sí misma, altiva y solitaria bajo la luz plomiza del atardecer. Las nubes, han engordado durante el día. Sus vientres orondos, blanquecinos, se han ido oscureciendo y se desgarran en girones contra los cortados calcáreos, traen inquietantes augurios para el día siguiente. Poco después llueve. Es media tarde y aun quedan muchas horas hasta mañana, sí deja de llover es posible que los caminos se mantengan en buen estado. 

El camino

El sendero se encuentra, en general, en buenas condiciones. En esta época, con un mullido alfombrado de hojas secas. En algún tramo, la senda es estrecha y presenta algunas complicaciones fácilmente superables. A partir de la central eléctrica del Porvenir, aún es más estrecha y habrá que estar atentos a la maleza. En algunos sitios, aparte de estrecha, se circula prácticamente sobre el río, por lo que habrá que extremar la precaución. Precisamente, después de pasar este tramo, hay una tablilla que dirige a una senda entre la maleza, más al interior, especial para bicicletas. En Pesquera hemos confirmado que efectivamente, el sendero evita esta zona con una desviación por una cuota superior, en realidad es el utilizado desde siempre, pues el de la margen del río puede estar inundado si el río baja alto.   



Día tercero, en el que recorrerá los valles de Sedano y Polientes.

El viajero ha madrugado; quería salir en cuanto hubiera luz, no más tarde de las ocho. Para el desayuno, le había dejado preparado la dueña del local, un termo de café con leche y unos dulces. No abrían hasta más tarde y el viajero no quería esperar.

Comienza su pedaleo por una bonita carretera que a través de las poblaciones de Colina, Quintanilla-Colina y Tubilleja le llevará hasta Tudanca. Villanueva de Ramplay, por la que va el GR, queda al otro lado del río. Comienza aquí un bello sendero que sigue el cauce del río hasta las mismas puertas del desfiladero. 
El sendero lo salva con un agreste y vertiginoso zig-zag que se eleva hasta el páramo, para descender de nuevo hasta el río y entrar en Cidad de Ebro. Hasta Manzanedillo va por una carreterilla de la margen derecha que le da confianza. Cruza el río y sigue por otra más importante, aunque de poco tráfico, hasta la presa de Río Seco.

Se pregunta el viajero el porqué de este nombre mientras busca la subida al monasterio cisterciense de Santa María, según algunos, cuna del castellano escrito. 
Sube por un viejo camino de piedra hasta las puertas del convento. Los amigos del monasterio hacen lo que pueden para conservarlo, pero el viajero no puede dejar de sentir una fuerte sensación de desolación. El otrora impresionante monasterio, orgullo del valle de Manzanedo, se encuentra ahora, semiderruido e invadido por la maleza que lo estrangula con un abrazo asfixiante y mortal. La doble arcada del atrio, vuela majestuosa e inútil, devorada por vegetación y el abandono.

Después de Incinillas y por el desfiladero de los Hocinos, abandona el viajero el valle de Manzanedo para entrar en el de Valdivieso. Este bonito valle está cerrado por el norte, por los farallones de la sierra de la Tesla y por el sur, por los páramos calcáreos de la Lora. 

Atravesado el desfiladero y junto al puente de Valdenoceda; a la que el viajero no entra, a pesar de su torre gótica de los Velasco, o su iglesia románica de San Miguel, ni tampoco a Quintana de Valdivieso, ya que el GR le lleva por la margen izquierda hasta Puente Arenas. 

Hay hambre, es medio día y un bar abierto. Come el viajero un huevo frito con patatas, transparentes eran las tres rodajas de lomo que también le pusieron, y un plátano de postre, tan verde que para pelarlo tuvo que utilizar las herramientas, y lo paga como menú completo. Cosas de la oferta y la demanda.

Continúa su camino por la tranquila carretera, sin prisas, disfrutando del paisaje. La cuota más alta de su trazado le permite contemplar el valle en toda su amplitud. Una de las “carencias” del sendero es la de ir junto al cauce, lo que implica desplazarse a través del bosque de galería que impide, la mayoría de las veces, contemplar el resto del valle, y esto es aplicable a gran parte del recorrido.



En un cómodo pedalear, va dejando a tras las poblaciones de Quecedo, capital de la Merindad de Valdivieso; Arroyo; Valhermosa y su torre de los Saravía; la Hoz de Valdivieso. El GR se eleva hacia Tartalés, el de los Montes y por Tartalés, el de Cilla, baja a Traspaderne. 
El viajero, poco veleidoso, para altura ya tiene suficiente con la que lleva, desciende hacia el embalse de Cereceda y el pueblo del mismo nombre. Claro que esto lo ha podido hacer porque no le acompaña su amigo Juan Bautista; de venir, le hubiera obligado a seguir el GR en todo su recorrido. Sigue la carretera y se interna en el desfiladero de la Horadada: profunda y angosta garganta abierta por el Ebro, donde el río y la nacional discurren a la par.

A la salida del desfiladero, en la confluencia con el Nela, se encuentra Trespaderne, secular cruce de caminos y final de la etapa de hoy para el viajero.  

El camino.

Del sendero poco puede hablar el viajero; solo lo ha utilizado desde el puente de Valdenoceda, en el desfiladero de los Hocinos, que tras una pedregosa subida, desciende suavemente hasta Puente Arenas. Desde aquí ha seguido la carretera hasta Trespaderne. Posiblemente sea buena idea subir a Tartalés de los Montes y bajar a Trespaderne por Tartalés de Cilla.



Día cuarto y último del viaje, en el que llega a Miranda de Ebro.

Vuelve el viajero sobre sus pasos del día anterior hasta la entrada al desfiladero de la Horadada y por el puente de Valdecastro cruza el Ebro en dirección a Frías.

Una solitaria y tranquila carretera recorre la margen derecha del embalse de Cillapérlata. Bulliciosas bandadas de patos alzan el vuelo a su paso. Abandona la carretera por una pista, que sale por su derecha, antes de llegar a la población y pedalea hasta Quintanaseca, primero y hasta Frías, después.

El sol juega al escondite con unas nubes feas, negras y deshilachadas, que proporcionan sensaciones de desazón en el viajero y envuelven el paisaje con una luz opaca y deslucida. 

Frías; aparece encaramada sobre una atalaya rocosa, recortando contra el sombrío cielo, su medieval castillo y la sólida iglesia de San Vicente. 
Ciudad desde 1431 –titulo que le otorgó Juan II-, se tiene conocimiento de su existencia desde los tiempos de la repoblación, allá por el año 867. Perteneció a Navarra y a Castilla, terminando como ducado de Frías en manos del Señor Fernández de Velasco, a la sazón conde de Haro. 
El Castillo de los Velasco y la iglesia de San Vicente presiden esta ciudad de estrechas y empinadas calles. Las viviendas se apiñan, sujetándose unas a otras, en la parte de levante de este cortado rocoso. Muchas, mantienen un entramado de madera de claro origen medieval. Están construidas, casi colgadas de la roca, con piedra de Toba y una solana que remata el piso superior. Algunas cuentan con bodega excavada en la roca, donde se guardaba antaño el popular chacolí, producido en numerosas poblaciones ribereñas del Ebro, desde Reinosa a Miranda y en permanente conflicto con los vascos por esta denominación (Txacoli).


Punto de paso obligado para vadear el Ebro en la comunicación entre la Meseta con las tierras cántabras, en época medieval se construyo un puente –posiblemente sobre otro anterior romano- al que en el s. XVI se le añadió una torre para cobrar el portazgo. 

El viajero decide acercarse hasta Tobera y ver su cascada, pues según una vecina de Frías, es cosa conocida en el mundo entero, y raro el visitante de Frías, que no se acerca para ver la cascada y la ermita, que también tiene mucho mérito. Sube hasta el pueblo y ve las cascadas que saltan ente las calles. La que no ve es la de la hendedura, ni sube a la ermita.

Continúa su pedalear por este territorio que ha modelado el Ebro entre las hoces de la Horadada y Sobrón. Tramo, en el que el río baja indolente y majestuoso formando grandes meandros. La carretera es tranquila; tanto, que el viajero, ensimismado, se lleva un buen susto cuando una pareja de cormoranes ha alzado el vuelo batiendo ruidosamente sus alas contra la superficie espejada del agua. Algunos huertos, primorosamente cultivados, salpican las riveras en las cercanías de las poblaciones. Hacia el sur, a los pies de las moles calizas, los tractores roturan la tierra preparando la próxima cosecha.

Tras un recodo aparece Garoña y su centran nuclear, achacosa pero aun en servicio. En Tobalinilla, cruza de nuevo el viajero el Ebro para recorrer el pantano de Sobrón, ya en el País Vasco. Las hoces de Sobrón, forman un paisaje de gran personalidad y belleza. Encuadrado en el espacio natural de los Montes Obareneses; el Ebro, labra un largo y profundo cañón de exuberantes masas boscosas, que entre otros, alberga una importante colonia de aves rapaces.

Hasta Puentelarra anda por las tierras de Álava y, por los fronterizos Guinicio, Montañana y Suzana, llegara a Miranda. Surgida para defender un estratégico vado sobre el río. En tiempos altomedievales, se construye un fuerte en el cerro de la Picota. Fueros y privilegios fueron dando relevancia a la ciudad, siendo en el s. XX un importante nudo ferroviario.

Este es, por el momento, el fin de su andadura por el Ebro y no descarta la posibilidad de continuar el recorrido hasta su desembocadura.

El camino.

El viajero no recuerda muy bien por donde andaba el trazado del GR, pero a él no le fue mal por la carretera de la margen derecha, hasta hizo un tramo por un camino rural que va junto al río. Para los amantes de las aves, Santa María de Garoña es un magnifico observatorio.