lunes, 4 de abril de 2011

Erase una vez un burro, dos burros, tres burros.

Erase una vez un burro, dos burros, tres burros.

El primero era un burro, burro, de esos que los naturalistas llaman Equus africanus asinus, el animal no podía ser otra cosa, por lo tanto inocente.

El segundo burro ya era otra cosa, este era burro por convicción y hacía todo lo posible por ser el burro más burro, lo que le reportaba un cierto prestigio entre sus amistades. De natural ya se comportaba como tal, y como consideraba que su hombría iba en relación directa a su comportamiento, se esforzaba cada día por ser más burro.

El tercer burro, lo era por circunstancias, era joven, casi un niño, lo que podíamos denominar un pollino.

No se conocían, pero el destino quiso reunirlos en aquel punto. Era un cruce entre dos calles perpendiculares, una en bajada, la otra paralela a la vía del tren. El primer y segundo burro se encontraban atravesando la vía; el primero tiraba de un carro cargado hasta los topes y el segundo lo llevaba sujeto por las riendas.

Todo sucedió de la siguiente manera. El segundo burro obligo al primero a girar a la izquierda, y este obediente, comenzó el giro, lo que lo coloco en una situación comprometida, atravesado en plena calle.
En esos momentos; el tercer burro, bajaba a toda velocidad la cuesta. He de deciros que en aquella época no todas las bicicletas llevaban frenos, se frenaba introduciendo el pie entre el cuadro y la rueda, actuando la suela de improvisada zapata.

¡Que me quiten a ese burro! Gritaba con angustia, el burro ciclista. Pero como la cosa va de burros, cada uno se mantuvo en sus trece… y ¡zas! Tal fue el impacto, que el burro ciclista voló por encima del primero, cayendo al otro lado, sobre las traviesas de madera del paso a nivel. La bicicleta, en cambio, impacto por debajo de las varas contra el vientre del animal, haciéndole perder el equilibrio aplastando la bicicleta bajo él.

Por desgracia el manillar se le clavo en el vientre, lo que produjo un susto tremendo en los tres.

El segundo burro, haciendo gala de su condición, intentaba hacer levantar al primero entre juramentos y maldiciones, cosa que a veces conseguía. Pero el animal; aun sujeto al carro, caía de nuevo exhausto, incrustándose más y más el manillar en las entrañas.

Alguien, de mayores entendederas que los protagonistas, fue corriendo a casa del veterinario, que a la sazón vivía en una casa junto a la vía. Acudió éste y junto a otros vecinos soltaron el carro y ayudaron a levantar a nuestro maltrecho amigo. El veterinario anduvo allí, con aguja e hilo, cosiendo y recosiendo, durante bastante tiempo.

Al burro ciclista le devolvieron la bicicleta hecha unos zorros y marcho corriendo a casa. No sabe como acabo la historia, pues después de lo ocurrido le daba mucho apuro preguntar por el único burro que no tuvo la culpa de nada.

Mariano Vicente, abril de 2011.